Hoy
es el día de la madre. Era. Es. Día de la madre. El día en el que muchos se
quejan de que si es un invento del corte inglés, que si día de la madre tiene
que ser todos los días, y, cómo no, tal día como hoy no puede faltar la figura
del absurdo con el cerebro del tamaño de un cacahuete. No sé qué hablan de que se
respete a las mujeres que deciden no ser madres. ¿Y esto a qué viene? ¿No
tienes madre? Pues felicítala, coño, y hazle un regalo, o dale un abrazo, o lo
que te dé la gana, pero no seas una amargada de la vida. Por cierto, yo respeto
tu decisión.
Resumiendo,
que a mí melapé quién se haya sacado de la manga el día de la madre. Yo no
quiero hoy a mi madre más que ayer, ni menos, ni cambia nada en nuestra relación.
Pero que haya un día de la madre me parece fenomenal. Pues sí, ¿qué pasa? Que
además hay mucho desaborío que como no le digas que es el día de la madre no
tiene un detalle con la pobre mujer en todo el año. ¿Y lo feliz que es esa
madre con su ramo de flores? ¿O con su juego de sartenes (no olvidemos que es
un desaborío)? ¿Le vais a aguar la fiesta contándole milongas? Por favor. Seguro
que si se instaurara el día del gilipollas ninguno nos dábamos por aludido.
¿Qué íbamos a reivindicar? Oye, que yo
tengo derecho a ser gilipollas. Y también a no serlo. Y también a hacerme el
gilipollas sin serlo. Y a creerme que no lo soy ¿Y qué pasa, que por que uno sea
gilipollas no tiene derecho a celebrar
el día de la madre? Cómo cansáis, Señor.
Pero
yo no venía a decir esto. De lo que yo quería hablar en el día de la madre es
de los tíos: esos grandes olvidados. Mmmm…no. Pensándolo mejor tampoco voy a
hablar de eso. No. Voy a hablar de mí, que no soy madre, pero soy tía. Esa gran
olvidada en las confirmaciones, comuniones y bautizos. Esto…, decía que no soy
madre, pero cada vez soy más mi madre. A ver, yo nunca podría ser ella porque
el primer ser que me tomó el pelo en la vida fue la genética. Pero dejando
aparte este pequeño detalle, cada día me sorprendo a mí misma copiando a mi
madre inconscientemente.
Por
ejemplo, voy al supermercado y quiero comprar pan de molde. No cojo el primero
que pillo, para nada. Si el primero que veo caduca el 10 de mayo, rebusco hasta
el fondo hasta que encuentro uno que caduque el 12. Oye, que dos días son
muchas horas. Pero luego no me importa comerme algo caducado. Es más, me como
lo que no se quiere comer nadie. Cosas de madres.
Algo
muy típico de días como hoy es hacer una recopilación de frases de madre. Pues
yo digo muchas, tipo “te lo digo porque te quiero”, “no te tiene que importar
que todos lo hagan; si no está bien, no está bien”, esa la he dicho cuatro o
cinco veces. O “haz pis y lávate las manos”, “manda un whatsapp cuando llegues”
y “me echarás de menos cuando no esté”. Esta tengo que reconocer que la digo
para hacer un poco de drama y que el chaval se quede pensando “¿y esta adónde
se va a ir? ¿se va a morir?“.
Otro
momento en el que me recuerdo a mi madre es cuando pregunto a la gente cómo se
llama. Por ejemplo, a alguien que me está atendiendo. Dicen que a la gente le
gusta oír su nombre, ¿no?
-¿Cómo
te llamas, perdona?
-Patricia
-Encantada,
Patricia. Yo me llamo Mrs. Bailey
-Qué
bien
-Ya.
Pues, por favor, Patricia, intenta que me lo arreglen, ¿vale?
Y,
antes de irme, le digo “Muy amable”. Por favor, ¿cuánta gente menor de sesenta años
dice eso?
Y
suspirar. Y decir “Ay, Dios mío” mientras suspiras. Tú, por ejemplo, estás
vaciando el lavaplatos, colocas un montón de platos pequeños en el armario de
arriba, te vuelves y suspiras. Como Blancanieves. O Cenicienta. O mi madre.
En
fin, que si has leído hasta aquí y no eres madre, tu paciencia casi convalida
la de una. Y si has leído hasta aquí y eres madre, si no te he felicitado hoy,
que será lo más probable, que sepas que no te voy a felicitar el día 8 de
agosto, ni el 22 de octubre. Te deseo que seas feliz hoy porque alguien tuvo la
buena idea de dedicar un día a homenajear a las madres. El resto del año nos
corresponde a los hijos estar a la altura. O no