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jueves, 20 de julio de 2017

DÍAS DE CAMPO



El verano. El momento de volver a nuestra casita en el campo. El campo. Ese lugar. Uy, yo sí, ¿eh?. Yo soy más de campo que las amapolas. Sí. Ya. Un par de días sacándote telarañas del pelo, siendo acribillada por los mosquitos y esquivando murciélagos y se te quita toda la tontería. También se te quita el esmalte de las uñas, el poco color que traías y tu aspecto de chica de ciudad. Por quitar se te quitan hasta las ganas de vivir, y piensas que qué narices se te ha perdido a ti en ese rincón del mundo. ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué no una casa en la playa? ¿Un apartamento? ¿Una plaza en el camping? No, por supuesto que no

Miras la piscina sucia, pero lo que viene siendo sucia apestosa, y piensas que este año ya no vas a poder con ella. Mires donde mires hay trabajo que hacer. Coges la escoba mientras ves cómo una paloma suelta en su vuelo un cagorro que tendrás que sumar a tu lista de tareas pendientes. El otro día tuve que sacar tres pobres animalitos de la piscina, pero ninguna paloma. ¡Estas puñeteras nunca se ahogan!

No te atreves a mirarte al espejo directamente. ¿Cómo puede ser que en dos días, en dos míseros días, tengas esta pinta de pescador noruego? La piel seca como una tortuga centenaria, y las manos rojas y encalladas. El pelo hecho una maraña y con la alergia a los ácaros en niveles estratosféricos. Un cromo

Pero esto no es todo. Mirad. Están preciosas estas montañas. Siempre me han recordado a las de las películas del oeste. Y seguro que también se lo parecían a los pequeños vaqueros de plástico que aún viven en un viejo cubo de playa en la caseta. La brisa mueve los jazmines y las copas de los pinos. Dos gorriones cantan y yo cierro los ojos para oírlos mejor, porque todo el mundo sabe que se oye mejor con los ojos cerrados. Las plantas de los pilares han empezado a revivir porque se saben cuidadas, y una mariposa revolotea a mi alrededor durante unos segundos, los suficientes para que aprecie su belleza. Imagino por un momento que ese es todo mi mundo y sonrío tranquila pensando que todo está como tiene que estar

Por la noche, ya en casa, y tras una ducha con un agua que no sale de un depósito cercano al tejado, veo que mi cuerpo es un mapa de picaduras, arañazos, moratones y restos de resina. Y me voy a la cama con la certeza de que no tendré que estar en tensión ante el mínimo olor a quemado, de que no encontraré ninguna araña dentro de la zapatilla, y de que no habrá ruidos nocturnos que me impidan dormir. También tengo la certeza de que mañana por la mañana, cuando abra la ventana, no llegarán a mí ni los olores ni los sonidos del campo. Así que me duermo soñando con unas montañas y unos pinos recortándose contra un cielo tan azul que no parece real

De todo hay que descansar, y a casi todo hay que volver



miércoles, 5 de julio de 2017

LOS MESES Y LOS AÑOS



Hay trenes que pasan una vez. Otros vuelven a pasar al cabo del tiempo, pero con otro horario, otro número de asiento u otros compañeros de viaje. Puede que esta vez tú ya no seas un pasajero, sino alguien que espera en la estación, viendo pasar los trenes que llevan a otros

Los chicos se han graduado y en septiembre empiezan la facultad. Su matrícula de honor, mucho más merecida que la mía. Ellos saben qué tienen que hacer ahora. Estos chicos saben. Yo vuelvo al colegio que dejé hace veinticinco años y me reencuentro con antiguas compañeras. Las reconozco a todas pero no conozco a ninguna. Ni me reconozco en la niña que era entonces. Yo sí que no sabía. No sabía nada

Ha pasado un año. He vuelto a la estación. A mi vieja calle. A algo que se parece a un río. Y todo se parece a algo, pero no es. No encuentro mi sitio, siento que lo tengo todo demasiado visto, y sólo me reconforta el cariño de la gente querida. Si miro hacia otro lado, vuelvo a ver las telarañas; telarañas en las barandillas, telarañas entre Buenos Aires y Río de Janeiro, telarañas en las intenciones

Hay trenes que pasan una vez

Hay trenes que no pasan nunca