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lunes, 16 de marzo de 2015

CALORET DEL BUENO



Este es el tercer marzo que escribo sobre las fallas. Y es curioso, porque no se puede decir que las viva intensamente. Incluso podría decirse que no las vivo prácticamente nada. Pero me gustan. Si desaparecieran los petardos hasta me encantarían. Aún así, vuelvo a afirmar que son las mejores fiestas del mundo.

Aunque Valencia recibe cada año por estas fechas a millones de visitantes, tanto españoles como extranjeros, aún sigue habiendo mucha, pero mucha gente, que no sabe qué son las fallas. No un aborígen de Tasmania, no. Gente de España. Gente con familia en Valencia. Sacrilegio.


No voy a ponerme a explicar ahora qué son, que no soy la wikipedia. Y las fallas no se explican; se viven. Quien quiera y pueda. Porque a veces se quiere y no se puede. Lo que me trae a la mente el elemento que cada 19 de marzo por la noche convierte las fallas en nada: el fuego. Y me asaltan instintos pirómanos. Nada de fuego purificador y exaltación de no sé qué cosas, fulgores e inmolaciones poéticas. No. Fuego del que destruye. Metafóricamente. O no.

Y en mi cremà particular de hoy ardería esto: los días tristes, la ignorancia, los capullos, la resignación, las faltas de respeto, las personas que no nos dejan vivir en paz, el tiempo que no cura, el miedo, los quejicas, la desesperanza, las palabras vacías, la inseguridad, los malos recuerdos, las oportunidades perdidas y las taradas mentales.

Peim