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miércoles, 30 de septiembre de 2015

LLUVIA

Los recuerdos caen a veces como una lluvia mansa, y otras como un viento fuerte y agorero

                                               José María Castroviejo, Memorias de una tierra



Hay un lugar en Galicia que un día dejó de ser. Un lugar del que una vez pensé que todo lo bueno había quedado atrás. Vuelves a él, y sólo sientes rabia. Vuelves otra vez, y no lo reconoces. Y, por fin, un día, sin que lo esperes y ya ni siquiera lo desees, no sólo tú vuelves a él, sino que también él vuelve a ti.

Ese día te das cuenta de que todo lo oscuro vuelve a tener luz. De que la felicidad reaparece de maneras insospechadas. De que, lo que una vez fue, no deja de esperar, latente y callado, el momento de volver a ser.

Pero nunca es igual, no. Es la diferencia entre una casa llena de gente y una habitación de hotel. Entre una puerta abierta para todos y esa misma puerta abierta sólo al abandono. Un olor que apenas notas y que, diecinueve años después consigue transportarte en un solo segundo a aquel tiempo, tan rápido que hasta te cuesta respirar. Y también es la diferencia entre el dolor más grande y la paz más necesaria.

Y mientras ese lugar espera su momento, yo pierdo la batalla contra mi propia rabia. Y nos reencontramos. Y ya no me habla de sueños dormidos, ni de absurdas oportunidades perdidas, ni de sufrimiento. Me habla de una nueva familia, de esperanza, de mi calle, de risas que vuelven, de viejos amigos, y de nuevos, me habla de cosas inalterables, y de momentos que no se van a repetir. Y yo le digo que sí, que así está bien. Que todo está bien. Que la lluvia ya cae mansa