Los recuerdos caen a
veces como una lluvia mansa, y otras como un viento fuerte y agorero
José
María Castroviejo, Memorias de una tierra
Hay
un lugar en Galicia que un día dejó de ser. Un lugar del que una vez pensé que
todo lo bueno había quedado atrás. Vuelves a él, y sólo sientes rabia. Vuelves
otra vez, y no lo reconoces. Y, por fin, un día, sin que lo esperes y ya ni
siquiera lo desees, no sólo tú vuelves a él, sino que también él vuelve a ti.
Ese
día te das cuenta de que todo lo oscuro vuelve a tener luz. De que la felicidad
reaparece de maneras insospechadas. De que, lo que una vez fue, no deja de
esperar, latente y callado, el momento de volver a ser.
Pero
nunca es igual, no. Es la diferencia entre una casa llena de gente y una
habitación de hotel. Entre una puerta abierta para todos y esa misma puerta
abierta sólo al abandono. Un olor que apenas notas y que, diecinueve años
después consigue transportarte en un solo segundo a aquel tiempo, tan rápido
que hasta te cuesta respirar. Y también es la diferencia entre el dolor más grande
y la paz más necesaria.
Y
mientras ese lugar espera su momento, yo pierdo la batalla contra mi propia
rabia. Y nos reencontramos. Y ya no me habla de sueños dormidos, ni de absurdas
oportunidades perdidas, ni de sufrimiento. Me habla de una nueva familia, de
esperanza, de mi calle, de risas que vuelven, de viejos amigos, y de nuevos, me
habla de cosas inalterables, y de momentos que no se van a repetir. Y yo le
digo que sí, que así está bien. Que todo está bien. Que la lluvia ya cae mansa
Precioso, precioso. Me ha hecho llorar, pero aún lo comparto sólo en parte. Será porque sólo regresé una vez. Sólo el tiempo y las personas, las nuevas, logran que la lluvia empiece a caer mansa.
ResponderEliminarGracias
EliminarLo pillaste en un buen momento