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martes, 24 de febrero de 2015

YO QUIERO VER... CHICAGO



Para todos esos que se quejan de que lo de fuera siempre nos parece mejor que lo patrio, y que solemos ser más indulgentes con la mierda yanqui que con la propia, pues mira, va a ser que no. Un mojón es un mojón, aquí y en Chicago.


No sé qué salvar de la gala de los Oscar de este año. Los modelitos son el sopor, los ganadores son el posvale y los números musicales el WTF. No tengo palabras. Sí algunas imágenes. Pero supongo que estaréis hasta el pirri de ver a Lady Gaga con el mistol. Por allí andaban Monica Lewinsky y una muchacha con una fregona en la cabeza, las cuales me devuelven rápidamente a la Gaga con el fairy. Digo… el mistol. No, dudo que tuvieran algo que ver





Pobre Lady, ¿no? Que no sólo saber ser una notas, que también canta un poco. Así como muy intensa, pero cantar, canta

                                        


Y, para terminar, una cantante más nuestra. Que os digo yo que la Monroy no tiene nada que envidiar a la Kardashian, andaqueno. A la pobre no la dejaron entrar en los Oscar con su banderica. Ni sin ella. Eso seguro que aquí no pasaba. Aquí la dejarían entrar. A ella. A la bandera, ni soñarlo

¿Cómo hemos quedado, entonces? Oscar, mojón – Goya, mojón y medio. ¿Veis? Ganamos por medio

viernes, 13 de febrero de 2015

BUENAS PIEZAS



Y otra vez me vuelve a pasar. Ser buena no me trae nada bueno. Dicen que al final siempre nos llega la recompensa. ¿Al final? ¿Al final de qué? Yo la quiero ahora. Y eso en el caso de que esa máxima sea cierta.

Porque hay gente egoísta, rastrera, deshonesta e interesada a la que le va muy bien, oye. Gente que en su vida ha movido un dedo por nadie y le sale todo como quiere. Por eso, por mucho que nos cuelguen cartelitos chupiguayoptimistas en las redes sociales, no, no creo en la teoría de la recompensa.

¿En qué creo, entonces? Creo que puedes hartarte de que nadie se porte contigo como tú lo has hecho con ellos, de que se premie a los sinvergüenzas, de que la bondad y la honradez no sean valores apreciados. Puedes hartarte y decidir mirar más por ti mismo y que les den a todos esos. Puedes decidirlo, puedes hacerlo un día, dos, pero al tercero te despistarás y volverás a tu ser. El de malo no es un papel que se pueda interpretar. Nuestros sentimientos son los que nos salen del corazón, y ahí no mandamos.

Vale, ¿y qué hacemos? ¿Qué hago yo? ¿Me comporto peor con la gente para que el chasco que me vaya a llevar luego no sea tan grande? ¿Empiezo desde mañana a ser una “malota”? ¿Y quién sería yo entonces? Yo, no. ¿Ellos? No quiero. ¿Seré capaz de seguir siendo yo en una versión más espabilada? Dúdolo. A mí me toman el pelo hasta por teléfono; ni verme la cara necesitan.

Pero, ¿qué pasa si no quiero cambiar eso? ¿Qué pasa si estoy orgullosa de esa parte de mí aunque casi todo lo que reciba sean palos? ¿No hay ya demasiadas personas con malos sentimientos? Los buenos tienen la obligación de seguir siendo buenos.

Dice el dicho que la razón para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada. Vaya responsabilidad, ¿no? Por un momento he pensado que a lo mejor no hace falta hacer nada, sino sólo ser. Pero conozco un buen puñado de personas que tienen buen corazón pero…, que en el fondo son buenos, pero…, buenazos, pero… Claro que todas las personas buenas hacen a veces cosas malas, pero la bondad no se puede quedar en el corazón; tiene que salir por las manos, por la boca, por los ojos. Si no, sirve de poco.

Vosotros, los buenos que sufrís porque la vida os da la espalda, sabed que este mundo loco os necesita