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martes, 28 de junio de 2016

MISIÓN POSIBLE



¿Cómo lo explico? Normalmente mis días se suceden con poco que contar. Cada día hago más o menos lo mismo y siento más o menos lo mismo. Unos son mejores y otros menos mejores. Incluso de vez en cuando hay alguno realmente malo. Todo dentro de lo normal.

Y, de repente, se suceden varios días en los que todo se trastoca. Llega la noche del miedo, de la tristeza, del instinto de protección, de la rabia, de la locura y la cordura, del amor de una madre que pone todo en su sitio. Y la mañana del alivio, del miedo que no cesa, de los amigos que se preocupan, del agotamiento que te invade cuerpo y mente. Y a esa mañana le sucede otra: la del nerviosismo, la de llorar al abrazar a alguien a quien has estado a punto de perder, la de ser capaz de hacer algo por primera vez en tu vida; algo que te hace daño pero que ya no puedes dejar que nadie haga por ti.

Y sin poder deshacerme del todo del cansancio físico, ni del mal cuerpo que me ha dejado lo vivido los últimos días, me doy cuenta de que estoy más contenta de lo habitual. Y puede que eso sea lo que me hace decir que sí, que cuenten conmigo; que voy a hablar ante un público por primera vez en mi vida. Digo que lo haré. Y me cago. Pero lo haré.

Y llega otro día. Un día de cumpleaños sin cumpleañero. Y la mañana del Brexit. Tengo que hacerme el pasaporte. Pero ahora no tengo tiempo de pensar en eso. Más nerviosismo. Hoy toca hablar en público. Seguro que me tiemblan las piernas, y la voz, y las manos, y el cuerpo entero. Voy a hacer el ridículo. No pasa nada, lo voy a hacer. Lo hago y no me tiembla nada. No ha salido muy bien, pero no llega al ridículo. Y hasta me dicen que tengo presencia escénica. ¿Yo? ¿Presencia escénica? Tampoco nos pasemos.

Pasa otra noche, y me acuerdo de que dentro de dos días tengo un viaje. ¿Por qué? ¿No puedo devolver los billetes? Es que me va a pillar muy disgustada, mejor en otro momento. No, este es un buen momento; nunca he estado en junio. Y junio es un buen mes. Y resulta que, sorpresa, no estoy tan disgustada. Ah, espera, que España juega con Italia. Pierde. Y me quedo impasible. Aquí está pasando algo raro.

Me voy en unas horas, y, si Dios quiere, volveré en unos días. ¿Quién volverá? No tengo ni idea. Y me encanta


viernes, 17 de junio de 2016

NEGRA NOCHE



Hoy no puedo dormir. No, no estoy desvelada. Simplemente no me puedo permitir dormir. A cincuenta kilómetros de aquí mis montañas están ardiendo. Mi casa y mi pueblo están en peligro. Y yo no puedo irme a la cama y abandonarlos. No puedo.

Recuerdo cómo hace casi un año, en esa escalera, pensaba que esa casa ya había vivido demasiado. Que estaba cansada, creía yo, y que añoraba otros tiempos. Otra gente. Que necesitaba algo que yo ya no podía darle,porque era lo mismo que me faltaba a mí. Esa casa y yo hemos ido juntas, durante los últimos veinte años, juntas a ningún sitio, pero manteniéndonos en pie la una a la otra. Y puede que eso fuera lo único que necesitara: seguir en pie. En pie a pesar de estar cada vez más sola.

Lágrimas calientes aquella mañana y lágrimas calientes esta noche. Y vuelvo a aquel día porque ahora mismo me resulta insoportable esta realidad. Me fijo en todo lo que hay a mi alrededor. Soy consciente de cada hoja que se mueve, de cada pájaro que canta, de cada coche que pasa. Soy consciente de las migas que caen al comerme mi galleta, y que trato de recoger aunque las veo borrosas. Me gustaría dejar de respirar e intentar detener el tiempo durante un instante. Siento que los árboles, las plantas, la tierra, hasta las zarzas que me hacen sangrar las piernas, creen que pronto los olvidaré. Y a mí me gustaría que supieran que los olvidaré el día en que olvide mi nombre.

¿Quién cuida de toda esta belleza cuando yo no estoy? ¿Quién la amará cuando yo no esté? Ojalá mañana pueda hacerme estas preguntas. Ojalá mañana todo siga en pie