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En Albacete hay runners y hipsters. Y niños que se llaman Izan. En Albacete tampoco me toca la primitiva y, los sábados, hay que esperar bastante el autobús. Los colegios parecen más pequeños que hace treinta años, y las distancias, también. Las tajadas, las magdalenas, las tortas o el queso frito saben mejor, pero engordan igual. Tiene un equipo de fútbol de los que hacen sufrir mucho para conseguir poco y en su Corte Inglés ya es Navidad.

Pero Albacete tiene muchas cosas que la hacen única; por ejemplo, es la única ciudad en la que yo he nacido. Eso no significa nada para nadie, salvo para mí. Pero hay más cosas. La luz. Albacete tiene una luz especial; una luz que sale del suelo, de las fachadas de los edificios, de sus portales, del parque, el parque de Albacete, del cielo, el cielo de Albacete. Pero lo que hace más especial la luz de Albacete es su gente.

En Albacete casi todo el mundo es bueno. Sí, vale, hay capullos y gente chunga, pero menos que en otras partes. Tú preguntas cómo se va a un sitio y se te acercan por lo menos cuatro a ayudarte. Y, como te descuides, te llevan de la mano y te invitan a comer a su casa. A los que os gustan tanto las frasecicas profundas, porque estáis hartos de ser buenos y no encontráis a nadie que merezca vuestra bondad, y que pensáis que no hay nada imposible y que hay que sonreír mucho mucho mucho aunque tu vida no haya por dónde cogerla, id a Albacete, que es barato. Podréis a) cambiar de opinión, b) copiar un poco, y/o c) daros una buena comilona y que os quiten lo bailao.

Y sí, también sé que hay mucho ignorante que se ríe de Albacete: que no hay nada que ver, que si caga y vete, que si hay mucho gitano, que dónde cae ese pueblo… Lo que no saben los pobrecicos míos es que, si Albacete es lo que es, es porque ese tipo de gente no pone un pie allí. Que se vayan al pijo una miajica. O muchismo.

Me gusta ser albaceteña. Y llamar “neeenes” a mis sobrinos. Ser un poco bruta, no tanto. Pero soy bonica. De lunes a jueves, pero bonica. Bonica del tó