Primera
fila. Ya estoy situada. Porque aunque parezca que está ocupada, siempre hay
otra fila delante de la primera. Y si es delante de unas sillas y una sombrilla
abandonadas con alevosía a las 7 de la mañana, mucho mejor. Por listos.
Después
de un par de horas de relativa relajación, llega la invasión, y la playa se
convierte en un gigantesco cuarto de baño. Niños con sus pililas al aire. Hay
dinero para el hotel pero no para el bañador del niño. Mujeres depilándose el
entrecejo. Parejas quitándose espinillas el uno al otro, lo cual debe ser el culmen
del amor y de la porquería. Gente limpiándose los pies. Y no de arena. Mujeres
dejando caer al aire playero sus marañas de pelo tras cepillárselo. Casi todos
echando un pis en el mar. Y señores leyendo el periódico.
Una
estampa preciosa, pero prefiero mirar para otro lado. Vuelvo a girar la cabeza
porque he avistado al frutero. El que tiene los plátanos maduros en el mercado.
Un respetable caballero que se dedica al negocio de la fruta y, además, es
poseedor de un surtido de bañadores tipo slip con estampados que van desde el
camuflaje hasta las sandías, pasando por uno de estos con mensaje que por
supuesto no me he parado a leer. Sin olvidar el fosforito a juego con el
chaleco homologado que lleva en la furgo en la que va a Mercavalencia.
Me
siento abrumada por tantas imágenes pasando sin filtro ante mi vista y me
levanto a dar un paseo. Y me da por pensar que, ¡joder, el frutero tiene más
bañadores que yo! Y por estar en las nubes pensando en esta gilipollez casi
choco con una señora a la que han dejado aparcada dentro del agua sentada en
una silla. Qué típico. Lo de estar yo en las nubes, digo.
Vuelvo
del paseo y me como una barrita de cereales con chocolate derretida y bebo un
trago de agua a 32 grados. Pues casi que me voy a ir. Por cierto, esa señora
lleva ahí hora y media y la marea está subiendo. Cuando me voy el agua le llega
a la cintura y unos niños le están tirando arena encima de la pamela. Y la tía
no se mueve. Me da miedo volver mañana por si me la encuentro en el mismo sitio.
Ah,
no, si mañana ya no vengo. Con razón el frutero necesita más bañadores que yo…