Voy
por el Corte Inglés lamentándome de un variado surtido de cosas importantísimas, y pasa
a mi lado una señora empujando a un chaval en una silla de ruedas. Un chaval
como mis sobrinos, sólo que sin piernas. Y ella, dándole unas palmaditas en el
hombro, le dice algo que a él le hace sacar una gran sonrisa y a mí morir de vergüenza:
-
¡Eeehh,
silla nueva!