Hay
días en los que salgo a la calle buscando pelea. Sí. Bueno, más que buscando,
suplicando pelea. Tengo un humor de perros y necesito pagarlo con alguien. Un
sparring. Me vale cualquiera que sea lo suficientemente capullo y lo
suficientemente no de mi familia. Así que salgo por la puerta pensando que el
que me toque hoy las narices se va a cagar, deseando que alguien se meta
conmigo para descargar sobre él mi ira y quedarme tan a gusto.
A
la vez, es una especie de venganza por las veces que me han jorobado y yo tenía
el día lo que viene siendo faboncio, y me daría de tortas a mí misma en plena
calle por ser la máxima representante de ese fenómeno tan frustrante como es el
efecto retardado.
Total,
que allá voy. La lengua afilada, el ingenio en uno de esos días y la ira a
niveles máximos dispuesta a enfrentarme al primero que me diga fu. Mientras
camino, voy imaginándome posibles escenarios: el funcionario de Hacienda se
dirige a mí condescendientemente y tratándome de subnormal profunda: “Te lo voy
a solucionar porque me has pillado en un día bueno”. Y yo le contesto: “No, me
lo vas a solucionar porque me has pillado en un día malo”. También podría usar
la frase “no tengo el chichi para farolillos”, pero me parece que ahí ya
perdería cualquier posibilidad de impresionar al contrario.
Y
así, me voy creando mi cuento de la lechera. Cuidadito, no os paséis ni un pelo
conmigo que estoy muy loca.
Pero
no falla. Justo el día que llevo el armamento cargado resulta que al final no
tengo que ir a Hacienda, no me atropella ningún carrito de bebé, nadie se mete
con mi madre ni consigo que ningún empleado de banco se ponga borde conmigo.
Lo máximo que logro es ser timada por la máquina expendedora de billetes de
metro, pero sé que, si me pongo a darle patadas, voy a salir perdiendo. Además
de parecer una loca amargada, pero ese es un riesgo que, si entras en este
juego, hay que correr.
Ese
día sólo consigo mantener un puñado de conversaciones anodinas y encontrarme
con gente que, qué poca vergüenza, hasta es amable conmigo. Negándome así la
oportunidad, qué digo oportunidad, negándome el derecho a una buena discusión. Vuelvo
a casa desesperanzada y me apunto todas las frases de chica dura que me había
preparado. En el móvil, donde si no. Confiando en que, tarde o temprano, las
necesitaré.
Entonces
un día, cuando ya había perdido toda esperanza, mi mal humor encuentra un
gilipollas a mi medida. Y sé, en ese preciso momento, que los hados, al fin,
han sido buenos conmigo. Que toda espera tiene su recompensa. Y que a veces,
sólo a veces, todo encaja. Y siento, mientras una lágrima cae por mi mejilla, que
la felicidad está hecha de estos pequeños momentos.
Y
ataco
Ja, ja, ja, ... ¡cuánta agresividad! Mejor hacer ejercicio o kick boxing para desfogarse, o salir al campo, al mar... No vaya a ser que te encuentres de frente con alguien con tus mismas intenciones.
ResponderEliminarDe eso se trata. De eso se trata...
Eliminar:)