¿Cómo
lo explico? Normalmente mis días se suceden con poco que contar. Cada día hago
más o menos lo mismo y siento más o menos lo mismo. Unos son mejores y otros
menos mejores. Incluso de vez en cuando hay alguno realmente malo. Todo dentro
de lo normal.
Y,
de repente, se suceden varios días en los que todo se trastoca. Llega la noche
del miedo, de la tristeza, del instinto de protección, de la rabia, de la
locura y la cordura, del amor de una madre que pone todo en su sitio. Y la
mañana del alivio, del miedo que no cesa, de los amigos que se preocupan, del
agotamiento que te invade cuerpo y mente. Y a esa mañana le sucede otra: la del
nerviosismo, la de llorar al abrazar a alguien a quien has estado a punto de
perder, la de ser capaz de hacer algo por primera vez en tu vida; algo que te
hace daño pero que ya no puedes dejar que nadie haga por ti.
Y
sin poder deshacerme del todo del cansancio físico, ni del mal cuerpo que me ha
dejado lo vivido los últimos días, me doy cuenta de que estoy más contenta de
lo habitual. Y puede que eso sea lo que me hace decir que sí, que cuenten
conmigo; que voy a hablar ante un público por primera vez en mi vida. Digo que
lo haré. Y me cago. Pero lo haré.
Y
llega otro día. Un día de cumpleaños sin cumpleañero. Y la mañana del Brexit.
Tengo que hacerme el pasaporte. Pero ahora no tengo tiempo de pensar en eso.
Más nerviosismo. Hoy toca hablar en público. Seguro que me tiemblan las
piernas, y la voz, y las manos, y el cuerpo entero. Voy a hacer el ridículo. No
pasa nada, lo voy a hacer. Lo hago y no me tiembla nada. No ha salido muy bien,
pero no llega al ridículo. Y hasta me dicen que tengo presencia escénica. ¿Yo?
¿Presencia escénica? Tampoco nos pasemos.
Pasa
otra noche, y me acuerdo de que dentro de dos días tengo un viaje. ¿Por qué?
¿No puedo devolver los billetes? Es que me va a pillar muy disgustada, mejor en
otro momento. No, este es un buen momento; nunca he estado en junio. Y junio es
un buen mes. Y resulta que, sorpresa, no estoy tan disgustada. Ah, espera, que
España juega con Italia. Pierde. Y me quedo impasible. Aquí está pasando algo
raro.
Me
voy en unas horas, y, si Dios quiere, volveré en unos días. ¿Quién volverá? No
tengo ni idea. Y me encanta