El
verano. El momento de volver a nuestra casita en el campo. El campo. Ese lugar.
Uy, yo sí, ¿eh?. Yo soy más de campo que las amapolas. Sí. Ya. Un par de días
sacándote telarañas del pelo, siendo acribillada por los mosquitos y esquivando
murciélagos y se te quita toda la tontería. También se te quita el esmalte de
las uñas, el poco color que traías y tu aspecto de chica de ciudad. Por quitar
se te quitan hasta las ganas de vivir, y piensas que qué narices se te ha
perdido a ti en ese rincón del mundo. ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué no una casa
en la playa? ¿Un apartamento? ¿Una plaza en el camping? No, por supuesto que no
Miras
la piscina sucia, pero lo que viene siendo sucia apestosa, y piensas que este
año ya no vas a poder con ella. Mires donde mires hay trabajo que hacer. Coges
la escoba mientras ves cómo una paloma suelta en su vuelo un cagorro que tendrás
que sumar a tu lista de tareas pendientes. El otro día tuve que sacar tres
pobres animalitos de la piscina, pero ninguna paloma. ¡Estas puñeteras nunca se
ahogan!
No
te atreves a mirarte al espejo directamente. ¿Cómo puede ser que en dos días,
en dos míseros días, tengas esta pinta de pescador noruego? La piel seca como
una tortuga centenaria, y las manos rojas y encalladas. El pelo hecho una
maraña y con la alergia a los ácaros en niveles estratosféricos. Un cromo
Pero
esto no es todo. Mirad. Están preciosas estas montañas. Siempre me han
recordado a las de las películas del oeste. Y seguro que también se lo parecían
a los pequeños vaqueros de plástico que aún viven en un viejo cubo de playa en
la caseta. La brisa mueve los jazmines y las copas de los pinos. Dos gorriones
cantan y yo cierro los ojos para oírlos mejor, porque todo el mundo sabe que se
oye mejor con los ojos cerrados. Las plantas de los pilares han empezado a
revivir porque se saben cuidadas, y una mariposa revolotea a mi alrededor
durante unos segundos, los suficientes para que aprecie su belleza. Imagino por
un momento que ese es todo mi mundo y sonrío tranquila pensando que todo está
como tiene que estar
Por
la noche, ya en casa, y tras una ducha con un agua que no sale de un depósito
cercano al tejado, veo que mi cuerpo es un mapa de picaduras, arañazos,
moratones y restos de resina. Y me voy a la cama con la certeza de que no
tendré que estar en tensión ante el mínimo olor a quemado, de que no encontraré
ninguna araña dentro de la zapatilla, y de que no habrá ruidos nocturnos que me
impidan dormir. También tengo la certeza de que mañana por la mañana, cuando
abra la ventana, no llegarán a mí ni los olores ni los sonidos del campo. Así que
me duermo soñando con unas montañas y unos pinos recortándose contra un cielo
tan azul que no parece real
De
todo hay que descansar, y a casi todo hay que volver