Esta
foto muestra a una típica familia en los años 80: padre, madre y tres hijos
Si
hoy hiciéramos una foto de la misma familia, veríamos que el padre ya no está.
Bueno, vosotros diríais que no está; yo diría más bien que no aparece en la
foto, porque, estar, está
En
aquellos años, mis hermanos ya habían pasado esa etapa, pero yo seguía
haciéndole a mi padre, pues los típicos regalos del día del padre. A saber, una
carta felicitándole de parte de su hija (no “Cristina”, no: “tu hija Cristina”),
un dibujo indefinible junto a la leyenda “Para papá” con al menos dos pes
mirando pa Cuenca, o una manualidad absurda consistente en un montón de
palillos pegados a una cuartilla formando vete a saber qué. En ocasiones, la
señorita nos hacía escribir “Te quiero papá”, y se escribía porque lo decía la
seño y porque era tu padre, cómo no lo ibas a querer
Mi
padre conservaba todos estos regalos de sus hijos como unos preciados tesoros.
Porque para él lo eran. Pero es que a mí eso no me basta; yo hubiera querido
sentarme al lado de mi padre, abrazarle y decirle mirándole a la cara “Te
quiero mucho, papá. Muchísimo”. Y creo que nunca lo hice. Porque de la etapa de
seguir los dictados de la señorita, pasé a la de “uy, qué vergüenza decirle a
mi padre que le quiero, además, si él ya lo sabe”. Y ahí me quedé, como una pasmona que
no pensaba que no iba a tener tiempo de madurar lo necesario para ser capaz de
decirle a su padre cuánto le quería. Y lo único que acertó a hacer esta pasmona
fue regalarle una concha de vieira sobre una peana de concha, con un montón de caracolas
pegadas bastante mejor que aquellos palillos, comprada en La Toja en el viaje
de fin de curso, haciendo mías unas palabras que otra persona escribió
Y
es que con los años se aprenden muchas cosas, entre ellas a querer. Y, si
hubiera un tutorial con los diez pasos para querer bien a alguien, uno de ellos
sería “Díselo”. Díselo cuando veas que lo necesita, díselo cuando se te hinche
el pecho de amor por esa persona, díselo como una forma de agradecimiento.
Claro que sabe que le quieres, pero es que a veces lo hacemos tan mal que al
otro se le puede olvidar, y con razón. Y oye, que a todos nos gusta saber que
nos quieren. Pero saberlo, saberlo, porque ha salido de su boca, y no por
sospechas o porque tiene que ser así
Dentro
de pocos meses podré decir que he pasado la mitad de mi vida sin mi padre. Pero
no lo diré. Y no lo diré porque no lo siento así. Porque ni él se ha ido de mí
ni yo de él. Porque dentro de cien años, cuando ya nadie se acuerde de él, y ya
nadie se acuerde de mí, él seguirá siendo mi padre y yo seguiré siendo su hija.
Y hoy, día del padre, puede que el mío no salga en la foto, y puede que no haya
habido regalos, pero sí tengo un mensaje para él. Ahí va:
-Papá,
me pasaría los próximos diez años pegando palillos en cuartillas como si no
hubiera un mañana, con los dedos llenos de pegamento despellejados sólo por
poder estar contigo cinco minutos. Fíjate si te quiero. Hasta sería capaz de
regalarte una taza del Wonderful ese. No, no, espera, aún más. No sé si
decirlo. Venga, lo voy a decir, pero que conste que me estoy pillando los
dedos. Te quiero tanto que sería capaz de colgar en Facebook una foto de un
padre y una hija random con dos frases moñas y otra deseando Happy Father´s Day
to everyone. Esto y lo del pegamento es un poco fuerte, pero lo haría. Porque
es que te quiero mucho, papá. Muchísimo