Con
el segundo lavaplatos puesto, la casa medio despejada y el
colesterol a niveles de “esto no lo bajas ni aunque te pongas a dieta única de
alfalfa de aquí a septiembre”, me da por mirar al infinito y pensar
que
todo esto de la Navidad se ha convertido en un enorme decorado. En las fechas que
quien sea considera, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, se monta el
escenario en el que todos vamos a representar un papel. El papel de qué buenos
somos, qué felices estamos, el mundo es maravilloso y todo es paz y amor. El decorado
y la ambientación son fundamentales: abetos, luces, muchas luces, papanoeles, elfos,
nieve, mucha nieve, pingüinos, osos polares, muñecos de nieve y renos. Y Christmas carols. Representamos nuestro
papel a la perfección todos los días que sea necesario, arropados por esa gran
parafernalia, sin darnos cuenta de que detrás de ese decorado perfecto no hay
ab-so-lu-ta-men-te na-da. El 7 de enero no queda ni rastro, y somos
teledirigidos hacia otro escenario: el de las rebajas. ¿Navidad? ¿Eso qué es?
que
las visitas que no recibes en todo el año también sobran en Navidad. Y que
quien no se acuerda de ti en todo el año tampoco lo hace en estas fechas
y
que no todo van a ser pensamientos negativos, hombre. También pienso que quiero
quedarme a vivir en mi Belén. Levantarme al amanecer y ver mi huerto desde la
ventana. Recoger los huevos de mis gallinas, ver si los tomates ya están
maduros e irme al mercado. Comprar un queso y un quilo de chorizos para hacerme
un bocadillo que me comeré por la tarde a la puerta de casa. Charlar un buen
rato con mis vecinos, porque el día es muy largo y hay pocos sitios adonde ir.
Pararme a admirar la alfombra floral por vigésima vez y hacer una visita a
María, José y al Niño, que desde que vino a nacer a este establo parece que hay
un poco más de luz en nuestro pequeño mundo. Creo que me compraré un cerdito;
bueno, “el” cerdito. Vuelvo a casa y pienso en qué afortunada soy de vivir
aquí, donde el almendro siempre está en flor y en la montaña hay árboles de
brezo. Y donde tengo un naranjo podado por Eduardo Manostijeras
que
los regalos de Reyes tienen que reposar. O sea, que hoy mismo no pueden ir al
sitio que les corresponde; hay que contemplarlos, sostenerlos en la mano,
admirarlos, dedicar un rato a cada uno, antes de que ocupen su lugar en la casa.
En este decorado mando yo
y
que Dios nos ayude, y que ayude a esta España nuestra, porque a partir de
mañana se nos vienen tiempos malos, de defensa de la libertad, la paz y la
verdad. Tiempos en los que, Dios no lo quiera, voy a desear más que nunca
quedarme a vivir en mi Belén