Que
están pasando muchas cosas últimamente, me dice. ¿Quieres que hable de los
reyes? ¿De política? ¿Del verano? ¿De las lluvias? ¿Del final de temporada de Juego de Tronos? ¿Del Mundial? Yo no
quiero. Bueno, vale, un poquito del Mundial.
Lo
único que me interesa del Mundial de fútbol es España. Ergo, ya no me interesa
el Mundial. Entrando ya en mis años de madurez, el primer signo claro de ídem que
he manifestado ha sido mi reacción ante la eliminación de la selección
española: cinco minutos exactos de cabreo seguidos de la indiferencia más
absoluta. Por supuesto que quería ver a España en la final. Y, quien dice en la
final, dice en octavos. En cuartos. En algo que no fuera hacer el ridículo más
espantoso. ¿Que no ha sido así? Pasa nada. No hay lloros. No hay cagamientos en
madre alguna. Hay ganas de cenar. Felicitadme; ya soy adulta.
Pensándolo
mejor, sí hay algo que me fastidia. Y es que necesitaba la evasión del fútbol.
Y esta banda de hurganarices me la ha quitado. Shame on you…
De
todas formas, para los que ya tenemos una edad, esto es lo normal. Lo que no
era normal era lo del los últimos años. Con razón mi sobrino de 14 años, al que
mando desde aquí un sopapo con la mano abierta, se lamentaba diciendo “Es que
yo siempre les he visto ganar…”. Pobriño mío. Bienvenido al mundo real.
Cuando
dicen que el fútbol es así, no es ninguna tontería. Es así. Y, aparte de ser
así, es algo que está presente en la vida de todo quisqui. Puedes ser un hombre
adulto y que no te guste el fútbol, pero fijo que has mamado fútbol. No es como
si yo ahora dijera que no me gusta el lanzamiento de jabalina. Pues claro que
no, ¿a quién le gusta?
Desde
los tiempos en los que un trabajador portugués de mi abuelo Pepe le decía que
al día siguiente no podía ir a trabajar porque “teño que estrenarme o súbole”,
hasta hoy, en que los más pequeños han cogido el relevo y ya juegan en cadetes,
son muchas las vivencias futboleras que puede contar esta familia. Yo me quedo
con aquella vez en la que mi padre y mi tío tuvieron que jugar al fútbol con
apellidos falsos porque lo hacían a escondidas de mi abuela, a la que eso del balompié
no le hacía ninguna gracia. O cuando mi hermano, futuro “alias Djalminha”,
jugando en el patio, recibió un balonazo en la cara, lo que causó la rotura de
las gafas, lo que causó dieciséis puntos de cicatriz en un párpado, lo que
causó un gran disgusto a mi madre.
Hoy
es su hijo, su nieto, el heredero de esta afición. El heredero de los
balonazos, de las patadas, de las heridas escondidas por no disgustar a su
abuela. El heredero del sufrimiento con nuestra selección. Pero esta España es
distinta. Esta España lo ha ganado todo. Nos ha hecho llorar de alegría y lo
volverá a hacer. Todos volvemos alguna vez a nuestras viejas costumbres. Y no pasa nada. Forma parte del proceso de madurar
¡Vaya foto chula! Hay que aclarar que, aunque parezcan profesionales, son aficionados de un pueblo. Somos muchos los que sólo vemos un partido (salvo de nuestro hijo) si juega España. Del mundial, a mí que me cuenten quién ha ganado y ya me basta. Lo malo de que España vuelva humillada después de un ridículo espantoso es que a los pobres hosteleros se les cae el negocio.
ResponderEliminar¡Gracias!
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