Época
de comuniones y yo con estos pelos. Este año tengo dos a finales de mayo.
Concentradas en el mismo fin de semana. Y a traición. Porque la operación BBC
deja en bragas a la mismísima operación Bikini. Ya no es sólo que tengas que
embutirte en ese vestido que lleva tres años colgado en el armario esperando a
que se te presente la ocasión de volver a ponértelo. Ya no es sólo que tengas
que ir bien apañadita de cara y pelo porque, por supuesto, tú eres una diva; y
si no bajas al portal a coger el 20 minutos sin ir maqueada de arriba abajo, un
evento de esta categoría, en el que vas a tener que saludar a más de quince
personas, es una ocasión de oro para echar el resto. No. Hay algo aún más inquietante
que todo esto: el regalo.
Supongamos
que pasas de listas de Comunión y supongamos que no eres de los que pillas lo
primero que ves, le metes el ticket regalo y que se apañen. Supongamos que te
preocupa de verdad acertar con el regalo. Pues tienes un problema, que lo
sepas.
Porque
hoy en día, un niño, cuando va a hacer su primera Comunión, ya lo tiene todo.
Esos pequeños capulliños, por tener, tienen hasta más dinero que tú. Ordenador,
tablet, móvil, bicicleta, Wii, Nintendo, dos relojes, Mp5, cámara de fotos,
DVD, maletas de varios tamaños y tres viajes al extranjero. Y, por supuesto, la
Play, por aquel día que tuvieron que ponerle una inyección y había que
compensar tamaño sufrimiento.
Los
niños ahora son como los clicks, la Barbie y los Pinypon juntos; no les falta
de nada. Y entonces llega el día de la Comunión. ¿Y qué haces? ¿Les regalas una
lavadora? ¿Una máquina de afeitar? ¿Un vale regalo canjeable por veinte manicuras
francesas? ¿Gasolina gratis durante un año? ¿Dinero para cinco años de
botellones? Para poner algo de cordura en este absurdo, lo suyo sería que ellos
te regalasen algo a ti, que su habitación es como un panel de El precio justo,
leche. Que hay más tecnología que en Andorra hace veinte años, por Dios.
Yo
esto no lo entiendo porque voy para viejuna. Y soy de las que digo “en mi época”.
Y en mi época tu decías “Mamá (o mama, según), ¿me compras este reloj?” “Pa tu
Comunión”. “Papá, quiero pedir para Reyes una cámara de fotos”. “Mejor para tu
Comunión”. “Abuela, ¿me regalas un walkman?” “Sí, claro, ni que fuera tu
Comunión”. Y lo gracioso es que luego llegaba tu Comunión, y con un poco de
suerte te caía el reloj. Todo blanquito a juego con un boli igual de blanquito.
Y de horripilante. Y de inútil. Porque la tinta del boli no te daba ni para
escribir tu segundo apellido. Y al reloj, digital, por supuesto, se le agotaba
la pila antes de que te diera tiempo a aprender cómo narices se cambiaba la
hora. Y tú estabas segura de que eso sólo podía haber venido de Andorra, porque
los chinos, ni estaban, ni se les esperaba.
Hace
años, para algunos afortunados, el día de tu Primera Comunión suponía un cambio
de estatus: empezabas a tener cosas de mayores. Ahora parece haber una prisa
colectiva por que nuestros niños se hagan mayores cuanto antes. Y ser mayor no
es, objetivamente, ni bueno ni malo. Es simplemente algo que tiene que llegar de manera
natural. Natural