Últimamente
pienso mucho en mi abuela. La madre de mi madre. No puedo hablar con ella, ni
verla, ni oírla reír, ni abrazarla, pero no hay distancia ni tiempo, ni vida ni
muerte que me impida pensar en ella. Siempre unidos en el pensamiento, como una
vez nos escribió. Siempre unidos.
Y,
al pensar en ella, he releído sus postales (¡ay, las postales!), he revisado
sus fotos y he hablado de ella con mi madre. Y he decidido que, ahora mismo,
aquí, voy a escribir todo lo que era mi abuela para mí por si alguna vez se me
olvida, o por si algún día necesito desesperadamente encontrar algo de la verdad,
la sensatez y la bondad que le falta a este mundo absurdo y loco.
Mi
abuela era la de la risa contagiosa; la de la casa abierta a todos; la de los
ojos claros, y la palabra todavía más clara; la de la vida a veces difícil,
pero sin una queja; la que estuvo en la alegría y en la tristeza, ayudando
siempre y juzgando nunca; la que se hubiera merecido mucho más.
Una
señora elegante y con un porte que ya lo quisiera yo para mí. Compasiva. Justa.
Generosa. Agradecida. Una mujer de paz. Muy religiosa; nunca se sentía sola
sabiéndose acompañada por el Sagrado Corazón de Jesús y su Virgen de la Merced
del convento de Sarria. Una mujer que sabía apreciar y disfrutar de cosas tan
sencillas como un granizado, un día de sol, las flores o el mar. Que iniciaba
las cartas con “Queridísimos hijos y
nietiños”, y las acababa con “muchísimos
besos con todo el cariño de Mamá y Abuela”.
Y
mi abuela, a sus hijos, y cuando digo hijos incluyo alguno que otro que no
parió, y a sus nietos, nos quería muchísimo. Y cuando digo muchísimo quiero
decir que me da pena pensar que seguramente no llegué a quererla tanto como
ella me quiso a mí. Es lo que nos suele pasar a los jóvenes estúpidos e
inexpertos.
¿Que
si mi abuela era perfecta? Por favor, no me ofendáis. Mi abuela no era
perfecta; mi abuela era real. Muy real y muy de verdad. Y gracias a que no era
perfecta puedo mantener la esperanza de conseguir algún día parecerme a ella.
Y
ahora sé por qué mi abuela nunca pretendió aparentar ser algo distinto o algo más
de lo que era. No le hacía falta; porque ella ya era mucho
Ay la abuela ... La mia no sabia ni leer, ni escribir...Le enseñe a escribir su nombre ..Sofía. Ojalá algún día pueda llegar a tener la mitad de su fortaleza.
ResponderEliminarQué bonito, Taty
EliminarEs verdad, era todo lo que dices y mucho más. La que quitaba importancia a las cosas que no la tenían, la que ponía paz, la que te regalaba una colonia y en la caja metía "un billetito" que bien le vendría a ella. Capaz de ilusionarse con poco, sin doblez, con ganas de contar anécdotas, de reír... Y la que rezaba todos los días por sus 24 nietos. Nunca se lo agradeceremos bastante.
ResponderEliminarEs verdad,la abuela siempre tenía algo gracioso que contar. Y un humor buenísimo
Eliminar¡Qué bonito! Me he emocionado al leerlo y he recordado a mis abuelas y también a mis abuelos. Siempre queriendo lo mejor para todos y con una sonrisa a pesar de haber tenido una vida mucho más difícil que la nuestra.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias! Yo no llegué a conocer a mis abuelos, y a mi abuela paterna muy pocos años. Pero es iguel; los abuelos, como los padres, son eternos
EliminarLos buenos abuelos tienen locura por los nietos. Y los nietos recordamos a los abuelos con mucho cariño. Será que los mayores y los niños se parecen. Es una pena que a veces no lleguen a conocerlos.
ResponderEliminarEs verdad, da muchísima pena. A mi padre le encantaban los niños, y ellos tenían locura con él. Y no conoció a ninguno de sus nietos, ni sus nietos han tenido la suerte de conocerle. Una de esas ocasiones en las que la vida es muy cabrona
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