Eurovisión
ya no es lo que era. Me refiero a los tiempos en los que sabías más o menos
donde caían todos los países que participaban, en los que quien ganaba lo hacía
por cantar bien y no por dar la nota y en los que las votaciones eran
emocionantes porque no se alargaban hasta el infinito debido a los votos de países
que ni siquiera participan.
Los
tiempos en los que la gente cantaba en el idioma de su país, en los que no había
tanta cantidad de países en Europa para confusión de unos pequeños estudiantes
de Geografía que ni siquiera saben dónde cae Albacete, y en los que nadie se
atrevía a ir a Eurovisión a hacer el ridículo, porque era algo un poquito
serio.
Mis
primeros recuerdos de Eurovisión son Enséñame
a cantar y Bailemos un vals. Yo pensaba que José Vélez era
hermano de Julio Iglesias, y la de Micky es la primera canción que me recuerdo
cantando. ¿He dicho que nadie se atrevía a ir a Eurovisión a hacer el ridículo?
Vaya, no me acordaba de Remedios Amaya. Tan ochentera, tan descalza, tan gitana
ella.
Con
La Década Prodigiosa
empezó mi época de súper afición a Eurovisión. Yo es que era muy fan de la Década. Y cuando digo muy fan,
quiero decir muy, muy fan. Mucho. Mogollón. Exagerao. En realidad, mi época de
súper afición duró cuatro años: la Década
Prodigiosa, Nina, Azúcar Moreno y Sergio Dalma. Me acuerdo de
que me dedicaba a escribir en una libretita el nombre del cantante de cada país
y lo que me había parecido la actuación. Normalmente el que ganaba a mí me había
parecido un truño, pero, qué queréis, no soy un Uribarri. Soy más bien… un Íñigo.
A
esto siguieron unos años absurdos en los que sólo quiero acordarme de Anabel
Conde… hasta que mandamos a David Civera y la cosa volvió a animarse. La
apoteosis llegó con Rosa. Impagable actuación con Bisbal haciendo los coros y
bailoteando como en los tiempos de la orquesta Expresiones. Yo aquel día tenía
una boda y para mí fue un desastre: “¿Cómo voy yo a perderme la actuación de
Rozaojúmequivocao?” Gracias que aún quedaba gente solidaria en el mundo y
mientras tomábamos el aperitivo en el jardín apareció una tele como por arte de
magia. Aquel fue el segundo momento más divertido de la boda.
Después
vinieron otros años para olvidar, en los que logramos nuestro momento
culminante de ridículo con el Chikilicuatre. Hay que reconocer que representaba
muy bien en lo que se ha convertido gran parte de España, pero ¿de verdad
queremos que todos lo sepan? ¿Hasta en Azerbaiyán? De los últimos años me quedo
con Daniel Diges, y su Algo pequeñito con
espontáneo incluido, y con Pastora Soler. Si es que lo único que se pide es
dignidad, caray.
Y
me voy ya que acaba de empezar Eurovisión. La canción que lleva España la oí
una vez y me pareció un horror, lo cual no quiere decir nada. Al final será lo
de siempre: Portugal (va, Portugal, que si tú no nos das nada, apaga y vámonos)
nos tiene manía, Grecia (venga Grecia, que llevamos un siglo aguantando a la
griega y su familión), cero points, países tipo Bielorrusia, Montenegro y
Armenia, ni les prestaremos atención, Suiza (coño, que eso está lleno de
españoles, que se note, ¿no?) nos dará 4 puntos, y así más o menos todo. Y
Eurovisión acabará como siempre: “Esto es todo política. España debería
retirarse, menudo tongo”. Pero volvemos a caer. Y yo vuelvo a caer