Hacerse
mayor tiene alguna ventaja. No muchas, pero, cuando busco algún motivo para el
autoconsuelo, ya encuentro uno. Y es que ya no me importa (casi nunca)
mostrarme como soy.
Cada
vez soy más consciente de mi “yo”. Sé quién soy. Sé cómo soy. Me acepto. Acepto
mis carencias físicas. Acepto mis carencias emocionales y mis carencias
intelectuales. Sé que cada palabra que digo, y cada cosa que hago, son una
manifestación de mi personalidad.
Ya
no me esfuerzo por gustarle a nadie, diciendo o haciendo cosas que no siento. No
intento ser perfecta. No intento no decir tonterías. No me importa equivocarme.
No me importa decir lo que pienso, ni mostrar mis sentimientos. No me importa
que diez o doce personas leáis esto. No trato de disimular que mi intención es
otra que la verdadera. Si digo una gilipollez, perfecto; es mi gilipollez y de
nadie más.
Y
si digo un taco, como “gilipollez”, lo digo. Porque tengo una edad en la que
puedo permitirme a mí misma escribir tacos, y hasta decirlos. Tengo una edad en
la que es mi obligación no dejar que nadie me dirija. No dejar que nadie me
diga que no valgo. La única posesión que tengo soy yo, y ya he perdido mucho
tiempo.
Si
alguien piensa que me gusta todo de mí, se equivoca. Tengo mucho que mejorar.
Lucho cada día, pero no es suficiente. Y, en esta lucha conmigo misma, está
claro quién va a ganar y quién va a perder. Sólo espero que pierda la parte de
mí que no quiero ser.
Yo
misma soy mi única esperanza
Muy profundo, voy a darlel unas vueltas. Pega con el lunes lluvioso que ha amanecido.
ResponderEliminar¿Cuántas vueltas le has dado ya?
EliminarAl final uno es como es, por muchas vueltas que le des.
ResponderEliminarAl que no le guste, que no mire.
Pero ser como uno es requiere trabajo. La inercia no me vale
EliminarEs un gran paso llegar a esa conclusión, muchas personas nunca lo harán.
ResponderEliminarMe alegro de que pienses eso, gracias. Últimamente andaba escasa de pasos
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