Me
estoy empezando a cabrear. Venga, va, te
tiras más de una semana sin escribir y encima te cabreas. Que te den, tía vaga. Che, che, parad el carro y
dejadme escribir. Me cabreo conmigo misma, porque esto de no tener móvil con Internet,
ni portátil, es una puñetera mierda. Y, para más inri, llego yo toda lolailo
ayer por la noche, dispuesta a retomar mi amado diario, y mi ordenador de
sobremesa me vuelve a fallar el muy cacho perro. Estoy un poco desesperadísima.
Esto…, va, tupido velo y os cuento.
Estuve
en una boda en Galicia. Boda y Galicia en una misma frase. ¿A que estáis
salivando? Un poquito de envidia sí que os da, ¿no? Yo sé que sí, que no sois
ningunos patanes. Pues eso, que me fui a Lugo a la boda de mi prima. Resulta
que se casaba con su novio, que ahora es mi primo político. Y me parece
fenomenal porque me cae dabuten. Y a mi prima la quiero mucho. Así que, como
diría un tío mío que está transmutando en el Padrino, “¿qué más se puede pedir?”.
Sí, ya sé que esto lo dice mucha gente, pero dudo que lo digan mientras
transmutan en el Padrino.
El
caso es que después de estar en Lugo me quedé unos días en Madrid. Que me
perdone la Botella, pero es que no me gusta el café con leche, así que intenté
relajarme de otra manera. Esto en mi familia es complicado porque solemos
hablar todos al mismo tiempo. Y a lo mejor luego nos estalla la cabeza, pero,
oye, somos capaces de participar en varias conversaciones a la vez, enterarnos
de todo lo que dicen los demás aunque estemos doce en la misma mesa y contar la
misma historia por quinta vez sin que nadie deje de prestar atención (al menos
aparentemente).
En
una familia tan larga como la mía hay penas, y algunas muy recientes, pero
también muchas alegrías. Hay problemas, pero todos hemos comprobado que no
estamos solos. Y, si hacemos el idiota, perdonamos.
De
eso se trata, ¿no? Saber cómo somos, y, aún así, querernos