Hace
poco oí una conversación que refleja la manera en la que muchos padres
maleducan (o echan a perder, más bien) a sus hijos. El padre recriminaba a su
hijo que fuera agresivo, le decía que eso no estaba bien, que él no podía ir a
pegarse con fulanito, y, que si tenía algún problema, viniera a decírselo a su
padre, y ya él (literal) iría a partirle la cara al otro. Y luego, para rematar
la faena, suelta “la letra con sangre entra”.
Si
Dios no lo remedia, ese padre, dentro de unos años, se echará las manos a la
cabeza cuando alguien le traiga a su niño con un ojo morado y sangrando por la
nariz tras una pelea. “¿Pero qué te tengo dicho, pedazo de gilipollas? Que no
puedes ir pegándote por ahí, joder. ¿Qué te he enseñado yo, eh? ¿Qué te he
enseñado yo?”, le dirá mientras le muele a golpes.
Nada
es por casualidad
¡Qué triste! Pero ya se sabe, la gente cree que los niños aprenden lo que se les dice, pero la verdad es que aprenden lo que ven.
ResponderEliminarTal cual. Para bien y para mal
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