De
vez en cuando es bueno pararse a recordar quiénes somos. Quiénes somos en
realidad, y no lo que las circunstancias nos han hecho ser. Retroceder en el
tiempo y recordar cuáles eran nuestros sueños, qué queríamos hacer en la vida,
a quién queríamos, y cómo lo queríamos, quién nos quería y por qué. Qué nos
gustaba hacer, con quién nos gustaba estar, dónde nos gustaba ir y qué nos hacía
reír a carcajadas. Hacer un esfuerzo e intentar recordar cómo pensábamos cuando
éramos más libres o más despreocupados.
Es
verdad que todos cambiamos, y no dejamos de ser nosotros. Pero no por el hecho
de ser una persona adulta, tener un trabajo o no, tener una familia o no, tener
más o menos problemas, debemos perder nuestra esencia. El paso de los años y
los palos de la vida nos zarandean, nos empujan y nos arrastran, pero no podemos
dejar que nos tumben. Que tumben lo que somos y lo que queremos ser. Si eres
una persona que se preocupa por los demás, ¿por qué vas a dejar de hacerlo por
el hecho de que pocos se preocupen por ti? ¿Por qué has perdido la paciencia sólo
con las personas que más te quieren? ¿Dónde ha quedado tu sentido del humor?
Si
lo que hay de bueno en nuestro corazón sigue intacto, no nos distraigamos de lo
que somos. Si nuestros padres nos enseñaron algo bueno, no lo olvidemos. Mientras
vivamos, lo único que tenemos seguro somos nosotros mismos. No nos perdamos,
por favor.
Puede
que esta entrada me haya quedado algo confusa. Ya sabéis que, en este blog,
todo es lo que parece
Muy acertada. Y no, no es confusa. Plántate, toma las riendas de tu vida y muévete en la dirección que elijas, pero ¡ya!
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