Si
alguna vez habéis estado en un partido de fútbol base, sabréis que hay padres
de dos tipos. Los que saben de qué va eso y los que no. Los que no lo saben
insultan al contrario, se cagan en la madre del árbitro, se tiran de los pelos
si su equipo va perdiendo y, lo que es peor, la toman con sus propios hijos. En
el ejercicio de su paternidad irresponsable, animan a sus vástagos a dar
patadas al rival, les gritan durante todo el partido y les riñen por no haber
ganado, no haber corrido más o no haber metido la pierna lo suficiente. Vuelcan
en ellos sus frustraciones y su agresividad porque piensan que tienen en casa
un Messi en potencia, y para ellos ganar es la única opción.
Por
el contrario, los padres que saben de qué va esto respetan al árbitro, disfrutan
tranquilamente del partido, saben animar a sus hijos sin menospreciar al
contrario, si han hecho una entrada dura, se lo recriminan, les consuelan
cuando pierden y les felicitan cuando ganan. Y cuando pierden, también. Porque valoran
que sus hijos se hayan esforzado, haciendo algo que les gusta, y no el
resultado. Supongo que si lo más importante para estos padres fuera que sus
hijos ganen algo, jugarían al parchís con ellos. Esto es mucho más barato y mil
veces más cómodo que chuparse dos entrenamientos por semana, con lluvia,
viento, frío y calor sofocante, y que levantarse un domingo a las siete de la
mañana para jugar un partido vete a saber dónde. O que perderse una comida
familiar porque el niño tiene partido a las cuatro. Nadie sensato hace esto
porque quiera que su hijo saboree las mieles de la victoria.
Mi
sobrino de 11 años juega en un equipo alevín más acostumbrado a perder que a
ganar. ¿Y qué? Entiendo que le fastidie perder, pero lo que me importa es que su
experiencia como futbolista le enseñe algunas cosas. Porque, incluso sin darse
cuenta, él y sus compañeros aprenden mucho de esto. A cumplir unas normas, a
luchar hasta el final, a sobrellevar las injusticias, a mantener una disciplina,
a acatar las decisiones de un superior, a ser un buen compañero, a respetar al
rival. Aprenden que, en una vida en la que suelen tener todo muy fácil, uno
tiene que esforzarse para conseguir lo que quiere, aprenden a perder y aprenden
a ganar. Y, a la vez que aprenden, ganan. Amigos, diversión, resistencia física
y mental y espíritu de superación.
¿A
alguien le quedan dudas acerca de lo que yo creo que va esto? No va de jugar
mejor o peor. No va de ganar, perder o empatar. Va de crecer como persona. Va
de tener una gran oportunidad a una edad en la que tienes todo por aprender
Perfecto. Es justo así, tal cual lo dices.
ResponderEliminarGracias
Eliminarya no me molesta tanto perder.Pero era el ultimo partido y queria ganarlo pero no pasa nada por haberlo perdidio
ResponderEliminarPorque lo importantes es...
Eliminardivertiiiiiiiiiiirse.
EliminarEntre otras muchas cosas, ¿no? Venga, vale, aceptamos pulpo
EliminarMuy bien dicho. El poeta Español Gabriel Celaya ya decia algo en su poema Educar...
ResponderEliminarEducar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.
Ostras
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