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sábado, 18 de mayo de 2013

CAMPEONES



Si alguna vez habéis estado en un partido de fútbol base, sabréis que hay padres de dos tipos. Los que saben de qué va eso y los que no. Los que no lo saben insultan al contrario, se cagan en la madre del árbitro, se tiran de los pelos si su equipo va perdiendo y, lo que es peor, la toman con sus propios hijos. En el ejercicio de su paternidad irresponsable, animan a sus vástagos a dar patadas al rival, les gritan durante todo el partido y les riñen por no haber ganado, no haber corrido más o no haber metido la pierna lo suficiente. Vuelcan en ellos sus frustraciones y su agresividad porque piensan que tienen en casa un Messi en potencia, y para ellos ganar es la única opción.

Por el contrario, los padres que saben de qué va esto respetan al árbitro, disfrutan tranquilamente del partido, saben animar a sus hijos sin menospreciar al contrario, si han hecho una entrada dura, se lo recriminan, les consuelan cuando pierden y les felicitan cuando ganan. Y cuando pierden, también. Porque valoran que sus hijos se hayan esforzado, haciendo algo que les gusta, y no el resultado. Supongo que si lo más importante para estos padres fuera que sus hijos ganen algo, jugarían al parchís con ellos. Esto es mucho más barato y mil veces más cómodo que chuparse dos entrenamientos por semana, con lluvia, viento, frío y calor sofocante, y que levantarse un domingo a las siete de la mañana para jugar un partido vete a saber dónde. O que perderse una comida familiar porque el niño tiene partido a las cuatro. Nadie sensato hace esto porque quiera que su hijo saboree las mieles de la victoria.

Mi sobrino de 11 años juega en un equipo alevín más acostumbrado a perder que a ganar. ¿Y qué? Entiendo que le fastidie perder, pero lo que me importa es que su experiencia como futbolista le enseñe algunas cosas. Porque, incluso sin darse cuenta, él y sus compañeros aprenden mucho de esto. A cumplir unas normas, a luchar hasta el final, a sobrellevar las injusticias, a mantener una disciplina, a acatar las decisiones de un superior, a ser un buen compañero, a respetar al rival. Aprenden que, en una vida en la que suelen tener todo muy fácil, uno tiene que esforzarse para conseguir lo que quiere, aprenden a perder y aprenden a ganar. Y, a la vez que aprenden, ganan. Amigos, diversión, resistencia física y mental y espíritu de superación.

¿A alguien le quedan dudas acerca de lo que yo creo que va esto? No va de jugar mejor o peor. No va de ganar, perder o empatar. Va de crecer como persona. Va de tener una gran oportunidad a una edad en la que tienes todo por aprender







8 comentarios:

  1. Perfecto. Es justo así, tal cual lo dices.

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  2. ya no me molesta tanto perder.Pero era el ultimo partido y queria ganarlo pero no pasa nada por haberlo perdidio

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  3. Muy bien dicho. El poeta Español Gabriel Celaya ya decia algo en su poema Educar...

    Educar es lo mismo
    que poner motor a una barca…
    hay que medir, pesar, equilibrar…
    … y poner todo en marcha.

    Para eso,
    uno tiene que llevar en el alma
    un poco de marino…
    un poco de pirata…
    un poco de poeta…
    y un kilo y medio de paciencia
    concentrada.

    Pero es consolador soñar
    mientras uno trabaja,
    que ese barco, ese niño
    irá muy lejos por el agua.

    Soñar que ese navío
    llevará nuestra carga de palabras
    hacia puertos distantes,
    hacia islas lejanas.

    Soñar que cuando un día
    esté durmiendo nuestra propia barca,
    en barcos nuevos seguirá
    nuestra bandera
    enarbolada.

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