Desde
hace bastantes años, tengo dos ilusiones especiales en Navidad. Que nos toque
la lotería y que nos regalen una cesta o, en su defecto, un buen jamón. Y pasan
los años sin rastro del jamón, de la cesta ni de una mísera pedrea de la lotería.
Me conformaría con un premio de duro por peseta (o lo que sea por euro, estoy
yo ahora para conversiones), pero nada, que la suerte no me acompaña. Señora
suerte, si me está leyendo, acompáñeme mujer; qué le cuesta, si es sólo un
momento. En fin, que aunque yo no soy maya, ni falta que me hace, todos los 21
de diciembre soy capaz de adivinar el futuro. Me veo cagándome en las muelas del
niñito o niñita de turno que canta el Gordo, y con un número que no es ninguno
de los míos. Me veo echando espuma por la boca al comprobar que entre los
tropecientos números de la pedrea tampoco ninguno coincide con los míos. Y me
veo quitando la tele porque no soporto ver otro año más a toda esa gente
descorchando botellas de cava o sidra El Gaitero y diciendo que va a utilizar
el dinero para tapar agujeros. Pueden poner las imágenes de hace diez años que
no notaríamos la diferencia. Por supuesto, todo es purita envidia, y de la no
sana, porque lo que me gustaría es estar yo ahí, saliendo en la tele, abrazando
a la lotera, llevando un gorro de Papa Noel, descorchando todo lo descorchable
y saltando al ritmo de “oeoeoe”, y diciendo “me lo voy a gastar en tapar
agujerillos”. Asco de vida…
Por
cierto, señora suerte, si no me quiere acompañar a mi (que no sé qué le he
hecho yo, si me permite que se lo diga), acompañe por favor a personas que
necesiten el dinero, que en España, por desgracia, cada vez hay más. Eso me
consolaría un poco. Bueno, eso y una tableta de Suchard
Y me da en la nariz que el Gordo va a terminar en 4
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