No
me gusta nada ir a la peluquería. O a la peculería, como decía una que yo me sé.
Me da pereza, me aburre, me repatea. Es un suplicio, por eso procuro ir menos
de lo imprescindible. Lo único que me gusta es el masaje que me dan cuando me
lavan el pelo. Que por más que lo intento cuando me lo lavo yo no hay manera. Igual
que uno no se puede dar a sí mismo una torta bien dada, tampoco se puede dar un
masaje bien dado. Será eso. Por otra parte, y aunque casi siempre llevo prácticamente
el mismo corte, no me importa experimentar con el pelo. De hecho, hoy me he
cortado un flequillo cuando la última vez juré que nunca mais. Bueno, qué más da; es sólo pelo, ya crecerá (pero que sea
rápido, porfa, porfa, porfa). Por cierto, a mi lado en el lavacabezas una chica
se estaba haciendo fotos mientras le lavaban el pelo. Yo, en mi ignorancia, me
imagino que sería para colgarlas en twitter o alguna historia de esas. ¿A un montón de
gente ya no le interesa la intimidad? ¿O el pudor? ¿Será que a estas personas
que exponen su vida hasta esos extremos les gustaría ser famosas y salir en el Hola
(o en Sálvame, según los gustos) y a lo único que pueden aspirar es a que las
vean sus colegas y una legión de desconocidos? Reflexionaré sobre ello hoy a
las 3 de la madrugada. Ah, no, que me da igual
No hay comentarios:
Publicar un comentario