SIEMPRE EN NUESTROS CORAZONES, PULPO PAUL

No sé lo que puede pasar por la cabeza de un niño futbolista y entusiasta del fútbol cuando, a los diez años, ve que su selección gana el Mundial. Que dos años antes y dos después gana la Eurocopa. Que, en prácticamente toda la vida que recuerda, España lo ha ganado todo. Se lo pregunté y me dijo que mucha locura y emoción. O sea, lo mismo que yo.

Pero, en mi caso, y supongo que en el de millones de españoles, después de años y más años yéndonos a casa a las primeras de cambio, víctimas de malos árbitros, malos entrenadores, mala suerte o mal juego, a la locura, la emoción y la alegría se unió la incredulidad y la rabia. ¿Eso estaba pasando de verdad? ¿España acababa de ganar un Mundial? Pero si apenas recordaba unos cuartos. Si en mi vida les había visto llegar a semifinales. Si llegar a la final superaba el mejor de nuestros sueños. La final la iban a perder seguro, aquello no podía ser real. Pero sí fue real. Ha pasado. España, el equipo de mi país, que me ha dado tantos disgustos, un año, ganó un Mundial. Y, dos años después, ganó una Eurocopa y yo me tiré vestida a la piscina. Y, si a partir de ahora, no vuelve a ganar nada, creo que el recuerdo de aquellos días será capaz de cubrir mis necesidades de satisfacciones futbolísticas. Porque, cada vez que veo a mi paisano marcando EL GOL, sonrío como una tonta, me da un escalofrío y digo para mí “¡¡¡Toma!!!”. Y me acuerdo de esa noche, de los nervios pensando que aquello se iba a resolver a penaltys, de los gritos en el minuto 116, de las lágrimas de rabia porque mi padre no podía disfrutarlo, de esa alegría tan grande y tan inexplicable porque es debida a algo que personalmente no nos afecta en nada, de las miles de banderas de España y decenas de miles de personas felices que nos reunimos en la plaza del ayuntamiento. De la locura y emoción de mi Vincenzo, la persona por y para la que hoy he escrito esta entrada