SÚBETE AL PIANO

Ayer fui al concierto de Alejandro Sanz. Pero mi madre pensó que iba a las tres mil viviendas. Porque según ella, es vox populi que a los conciertos va lo peor de cada casa. Para empezar me dijo que no se me ocurriera llevar bolso, que lo llevara todo en los bolsillos o en una faltriquera. A ver… móvil, llaves, cartera, entradas, kleenex, monedero… Sí, muy lógico. Ni caso. Por supuesto, me hizo llamarla al llegar, momento en el que aprovechó para preguntarme si los que estaban sentados cerca de mí tenían pinta sospechosa. Veamos… ¿sospechosos de haberse gastado 60€ para mangar 4€ y un bocadillo de queso? Yo diría que no.

Al menos no tuvo que preocuparse (sólo por pura ignorancia) del movimiento de las gradas cada vez que unas quinientas histéricas dábamos saltos y bailábamos al son de los gorgoritos de Alejandro. Tengo que admitir que yo trataba de no mover los pies, porque aquello no me daba muy buena espina. Como si mi parálisis de pies pudiera haber evitado la catástrofe. Gracias a Dios los señores que montaron todo eso lo hicieron a conciencia y sabiendo que entre las seguidoras del cantante hay algunas muy vehementes y subiditas de peso. La que tenía a mi derecha, por ejemplo, que además de provocar el mismo temblor que una manada de elefantes cada vez que se movía, tenía unas cuerdas vocales que ya las querría para sí la Kimera aquella. Sus alaridos me provocaron sordera transitoria y mucha risa a partes iguales, así que aún tendría que darle las gracias. Aunque según mi querida madre, más bien tendría que haberle pedido –no, pedido no, exigido-  que bajase un poco el tono. Si me llega a ver a mí, me da en adopción.

Alejandro, qué te costaba haberte subido al piano, hijo…