Es
muy duro el oficio de Rey Mago. Muy duro. Y, como creo que no se valora en su
justa medida, desde aquí lo reivindico. ¿Os acordáis del “cavar, cavar y luego
recavar” que cantaban los enanitos de Blancanieves? Pues aquí se trata de
buscar, buscar y luego rebuscar. Porque los últimos días ya no se busca, se
rebusca. El último día antes de Reyes ya te sirve cualquier cosa, las migajas
que hayan dejado las hordas de compradores después de arrasar con todo. Por
ejemplo, si buscas el cole de Peppa Pig y no has sido previsor, el 5 de enero
pillas el sacapuntas de la cerda y por el mismo precio te das con un canto en
los dientes. O puede ser que no busques nada en concreto, pero aún no hayas
dado con algo que te convenza. En ese caso lo más seguro es que el 5 de enero
a las 23.30 le estés mercando una batidora a tu cuñado. Sí, ese que no
distingue una sartén de una espumadera.
Porque
ser Rey Mago no es moco de pavo. Hay que tener la cabeza fría y el cuerpo
tonificado. Una empieza el día toda lolailo, con energía, entro aquí y compro, entro
aquí y compro…y la cosa se empieza a torcer. Vas a un sitio y no encuentras lo
que buscas, a otro y está agotado, a otro y directamente ya no existe la
tienda. Y te empiezas a cabrear. Al mismo tiempo las fuerzas te van abandonando
y las piernas no te responden como lo hacían 3 horas antes. Te vienes abajo
poco a poco, y decides hacer un parón para comer y hacer recuento de tus
progresos. Te vas a casa, sacas lo que has conseguido, lo envuelves y te das
cuenta de que has avanzado muy poco. No te queda más remedio que volver a
salir. Comes cualquier cosa deprisa y allá que te vas. Mientras sales te llama
tu hermana, que resulta que ya no quiere la chaqueta de color azul pavo real,
sino verde militar. Tú, que aún te estabas preguntando cómo sería el azul pavo
real, vuelve a recorrerte todas las tiendas en las que has entrado los dos últimos
días y ahora búscala en verde militar. No te cagas en sus padres porque son los
mismos que los tuyos, pero le dices que se decida de una vez, porque sea del
color que sea le va a quedar como un tiro. Ya sales de casa con un cabreo de
tres pares de narices. Mal vamos. Para animarte un poco escoges de tu lista lo
más facilito. Un libro. A tiro hecho. Te chupas 20 minutos de cola pero ya
tienes algo. Tu mente privilegiada te dice que mejor vayas a un centro
comercial, que ahí tienes todas las tiendas. Centro comercial. Viernes por la
tarde. Víspera de Reyes. Eres idiota. Acababas antes tirándote por el
viaducto. Pero no, a ti te gusta sufrir. En el maldito centro comercial con
todas sus malditas tiendas no encuentras nada, pero ese es el menor de tus
males. Cuando por fin consigues escapar, comprar no habrás comprado nada, pero
te llevas unos cuantos regalos: un dolor de espalda insufrible y el brazo
descoyuntado cortesía de las 849 páginas del librito de marras, tres empujones
a cargo de sendos gilipollos para quienes resulta que eres incorpórea, un pisotón,
dos atropellamientos por carrito de bebé y un placaje en toda regla en el
pechamen. En la calle la cosa no mejora. Lo único bueno es que, aunque tu
cuerpo ya apenas te responde, tu mente tampoco. Te queda la lucidez justa para
ir sorteando a la gente, no cruzar en rojo y soltar de vez en cuando un ininteligible
aymadredelamorhermoso, un mecagoenlapenanegra o, lo más frecuente, una especie
de ayyyyaaaahhhuuyyyyyayayaymecaigoredonda mientras el que pasa a tu lado te
mira con una mezcla de pena y asco. A duras penas llegas a tu casa, y pasa una
media hora hasta que vuelves a caminar erguida. Y aún te queda el mazazo final,
la cruda realidad vuelve a darte un bofetón en toda la jeta: no has avanzado
una mierda y mañana toca la misma operación. ¿Lo mejor? Que sólo es un día más
y se acabó. ¿Lo peor? Todo lo demás
Me
gusta la Navidad. Me
gusta mucho. Pero que se acabe ya, por Dios
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