Tengo
un vicio. Me gusta tirar cosas. Me pone de buen humor, qué le voy a hacer. Creo
que cuantas menos cosas tengamos más nos centraremos en lo importante de la
vida. Mira tú qué tontería. Además, me da mucha rabia saber que, el día que yo
me muera (que falte mucho porfa, porfa, porfa), se van a quedar aquí un montón
de trastos feos o inútiles. Lo cual, por otra parte, es bastante inevitable.
Pero oye, yo me hago la ilusión.
Hay
tres preguntas que me hago antes de tirar un objeto (reconozco que a veces no
llego ni a la segunda), y son
-
¿es útil?
-
¿es bonito?
-
¿tiene valor
sentimental?
Si
la respuesta a estas tres preguntas es NO, a la basura que va. Un ejemplo: una
campanita de barro que te regaló tu abuela en su lecho de muerte. ¿Es útil? No,
a no ser que vivas en medio de la montaña y tengas que llamar a comer a tus ocho
hermanos. ¿Es bonita? Más fea que pegarle a un padre. ¿Tiene valor sentimental?
Sí, porque cada vez que la miras recuerdas cuánto querías a tu abuela, y el
cariño con el que te la dio. En este caso la campanita se queda. Claro que, si
necesitas ver la campana para acordarte de tu abuela..., algo funciona mal. A
la mierda la campana. Con cariño, pero a la mierda. Pilláis el concepto,
¿verdad?
Tampoco
hay necesidad de ser tan drástico, y puede haber un destino alternativo al cubo
de basura. Me pregunto por qué en España no se estilan esos mercadillos que
salen en las pelis americanas. Sale la propia de turno con un montón de cajas
que coloca en el jardín delantero del casoplón, y lo pone todo a 5 dólares, por
ejemplo. Como en “Toy Story”. A lo mejor es porque aquí no solemos vivir en
casoplones ni tenemos jardines delanteros ni traseros. O quizá es por la misma
razón por la que no acostumbramos a llevarnos las sobras en un tupper tras
comer en un restaurante. Cuánto tenemos que aprender de esta gente… Aquí, como
mucho, si dejas un sillón desvencijado al lado del contenedor, siempre hay algún
necesitado que lo aprovecha. O algún cutre. O alguno de estos que tiene la casa
llena de cosas recogidas de los contenedores y recicladas con sus propias manos.
Pues me parece muy bien, oye, aunque pienso que tiene que haber un modo mejor. No
nos organizamos, ese es el problema. Los que no se tienen que organizar, que
son los mafiosos, los impresentables, los políticos ladrones, los banqueros
ladrones, los jugadores de balonmano ladrones, y el crimen en general, van y se
organizan. Y la buena gente, con casas llenas de cosas que no queremos y que
les podrían servir a otros…, nada, ¿no? La ropa, juguetes, comida y material
escolar tienen más salida gracias a las instituciones y campañas benéficas. Pero,
¿qué se hace con una lámpara de pie que has sustituido por otra más moderna? ¿O
con una vajilla en perfectas condiciones? Lo dicho, mercadillos caseros
organizados, ya. En el portal, en la acera o en la plaza del pueblo
Muy buena idea esto de los mercadillos! Yo de vez en cuando también hago limpieza, de ropa, de papeles y de cosas. Es verdad que cuesta deshacerse de algunas cosas porque no lo ves claro, ó te da pena, etc. Creo, que cuanto más orden haya en el lugar dónde vivimos/trabajamos, más claridad habrá en la cabeza, y también creo que tener muchas cosas despista.
ResponderEliminarEso, eso. Despista. Pero que no nos dé pena, hombre. Además, como, por lo general, el ser humano tiene ansias de cosas materiales, cuando no nos quede nada que tirar, iremos a comprar más, y de paso, levantamos el consumo, que está bajo mínimos
ResponderEliminarMi ilusión es una casa minimalista, un despacho minimalista (sobre todo de papeles) y hay unos dias más que otros en que estás 'tirador' ¡a aprovecharlos! haced la prueba ¿a que no echáis de menos algo que en su dia os costó tirar?
ResponderEliminarEso es verdad, aunque haya dudado mucho antes de tirar una cosa, nunca la he echado de menos. Si es que hay tantos peces en el mar...
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