En
ocasiones, subir en un autobús puede ser deprimente. En uno urbano, digo,
porque en los de grandes distancias no me vuelven a ver, desde que una vez, al
ir a poner el brazo en el apoyabrazos me encontré en él el pie desnudo de la
que se sentaba detrás. Dejando esta asquerosidad aparte, si encima subes en el
autobús un sábado por la tarde, de camino a un centro comercial… tú te lo has
buscado. A ver, en los autobuses, motivos para querer saltar por la ventana hay
casi siempre, pero el sábado más, claro, porque hay más variedad.
Tienes
a ese personaje de nacionalidad indefinida que no para de meterse el dedo o la
mano entera en diversas partes de su cuerpo, mano con la que luego, no sólo
toca la barra en la que todos nos sujetamos, sino que también te toca a ti al
dirigirse a la salida. Perfecto, gracias.
Luego
están las dos señoras de edad avanzadilla, que, por supuesto, no se conocen de
nada, pero que inician una charla basada la mayoría de las veces en alguna
desdicha. Bien puede ser que están fatal de las piernas, o por lo mal que
conduce el autobusero, que menudos frenazos pega, o que sus respectivos hijos,
que están sin trabajo y sin ayuda ninguna, menos mal que la mujer de uno
trabaja por una miseria, y que al otro lo ayudan los padres, y que a ver si se
termina ya esta crisis porque la cosa está muy mal. Ya les digo yo si está mal.
La cosa, el coso, y todo en general.
De
las personas que más temo en un autobús son los grupos de diez o quince
italianos. Los he sufrido varias veces y sé de lo que hablo. Cómo gritan los
cacho perros. Y luego dicen que los españoles gritamos. Lo nuestro es un
susurro comparado con lo de los italianos. Y claro, sube una tropa, se
desperdigan por todo el autobús y el que está sentado al lado del conductor
quiere mantener una conversación con el que está al fondo. Y no es que quiera,
es que la mantiene. Porca miseria.
Y,
para no extenderme más, porque este tema da para mucho, terminaré con el típico
tío de 150 kg
que sube al bus. Tú estás toda tranquila en tu asiento, lo ves subir, va todo el
autobús libre, así que no hay peligro de que se siente a tu lado. Y va el tío y
se sienta. En el sitio más difícil porque encima tú te has sentado en el
asiento de fuera y a él le cuesta Dios y ayuda pasar al de la ventanilla. Cuando
logra sentarse tú te encuentras con medio culo fuera del asiento y una pierna
colgando en el pasillo, pero como naciste y morirás idiota, no te quieres
cambiar de asiento por si lo ofendes. Para consolarte, piensas que podía ser
peor, que este al menos se ha duchado.
Lo
mejor de los autobuses es el momento en que te bajas. A no ser que te den con
la puerta en la cabeza
Y no has dicho nada de los grupitos de jovencitos y jovencitas, que se rien de todo y de( y estos son mis favoritos) los que hablan por telefono como si estuvieran solos.
ResponderEliminarEs que no quería parecer una joven cascarrabias
Eliminarjajaja, me parto,,,,,,,,,,,,,si,si, has atinado bien! soy usuaria de bus y de metro,,,aunque prefiero ir andando.....
ResponderEliminarY yo, un rato a pie y otro andando
EliminarUff, más de una vez me he bajado en una parada anterior. Como cuando aquel tipo me enseñó la herida de un navajazo en su mano, sin curar, eso sí, y me explicó su vida de presidiario.
ResponderEliminarEse es al que menos hay que ofender
EliminarJajaja muy bueno!!!!!!
ResponderEliminar¡Gracias!
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