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sábado, 23 de febrero de 2013

YO ME BAJO EN ESTA



En ocasiones, subir en un autobús puede ser deprimente. En uno urbano, digo, porque en los de grandes distancias no me vuelven a ver, desde que una vez, al ir a poner el brazo en el apoyabrazos me encontré en él el pie desnudo de la que se sentaba detrás. Dejando esta asquerosidad aparte, si encima subes en el autobús un sábado por la tarde, de camino a un centro comercial… tú te lo has buscado. A ver, en los autobuses, motivos para querer saltar por la ventana hay casi siempre, pero el sábado más, claro, porque hay más variedad.

Tienes a ese personaje de nacionalidad indefinida que no para de meterse el dedo o la mano entera en diversas partes de su cuerpo, mano con la que luego, no sólo toca la barra en la que todos nos sujetamos, sino que también te toca a ti al dirigirse a la salida. Perfecto, gracias.

Luego están las dos señoras de edad avanzadilla, que, por supuesto, no se conocen de nada, pero que inician una charla basada la mayoría de las veces en alguna desdicha. Bien puede ser que están fatal de las piernas, o por lo mal que conduce el autobusero, que menudos frenazos pega, o que sus respectivos hijos, que están sin trabajo y sin ayuda ninguna, menos mal que la mujer de uno trabaja por una miseria, y que al otro lo ayudan los padres, y que a ver si se termina ya esta crisis porque la cosa está muy mal. Ya les digo yo si está mal. La cosa, el coso, y todo en general.

De las personas que más temo en un autobús son los grupos de diez o quince italianos. Los he sufrido varias veces y sé de lo que hablo. Cómo gritan los cacho perros. Y luego dicen que los españoles gritamos. Lo nuestro es un susurro comparado con lo de los italianos. Y claro, sube una tropa, se desperdigan por todo el autobús y el que está sentado al lado del conductor quiere mantener una conversación con el que está al fondo. Y no es que quiera, es que la mantiene. Porca miseria.

Y, para no extenderme más, porque este tema da para mucho, terminaré con el típico tío de 150 kg que sube al bus. Tú estás toda tranquila en tu asiento, lo ves subir, va todo el autobús libre, así que no hay peligro de que se siente a tu lado. Y va el tío y se sienta. En el sitio más difícil porque encima tú te has sentado en el asiento de fuera y a él le cuesta Dios y ayuda pasar al de la ventanilla. Cuando logra sentarse tú te encuentras con medio culo fuera del asiento y una pierna colgando en el pasillo, pero como naciste y morirás idiota, no te quieres cambiar de asiento por si lo ofendes. Para consolarte, piensas que podía ser peor, que este al menos se ha duchado.

Lo mejor de los autobuses es el momento en que te bajas. A no ser que te den con la puerta en la cabeza

8 comentarios:

  1. Y no has dicho nada de los grupitos de jovencitos y jovencitas, que se rien de todo y de( y estos son mis favoritos) los que hablan por telefono como si estuvieran solos.

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  2. jajaja, me parto,,,,,,,,,,,,,si,si, has atinado bien! soy usuaria de bus y de metro,,,aunque prefiero ir andando.....

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  3. Uff, más de una vez me he bajado en una parada anterior. Como cuando aquel tipo me enseñó la herida de un navajazo en su mano, sin curar, eso sí, y me explicó su vida de presidiario.

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